Rockefeller acumuló su primer millón a los 33 años.

A los 43 era dueño del mayor monopolio del mundo: la gran Standard Oil Company.

¿Y a los 53?

A los 53 “parecía una momia”. Son palabras literales de John K. Winkler, uno de sus biógrafos.

Cuenta que estaba obsesionado con el dinero, que su salud se deterioró y “tan grave era su estado, que durante un tiempo solo se alimentaba de leche humana”.

Alopecia. Hombros hundidos. Problemas gástricos. Así vivió John D. Rockefeller durante la mitad de su vida.

 

Atención a esta historia porque tiene delito:

En una ocasión, envío un cargamento con 40.000$ en grano SIN SEGURO.

No pagó el seguro porque costaba demasiado. 150 $.

 

Pero hubo un imprevisto:

Resulta que aquella noche hubo una gran tormenta en el lago Erie, y Rockefeller se preocupó tanto por la posibilidad de perder el cargamento de grano, que se puso como loco.

Cuando su socio llegó a la oficina le dijo:

—“¡Rápido, veamos si aun podemos contratar un seguro, antes de que sea demasiado tarde!”

Su socio fue a toda pastilla a contratar el seguro, pero cuando regresó a la oficina encontró a Rockefeller en un estado de nerviosismo aún peor con un telegrama en su mano: el grano había llegado a su destino con normalidad, sin sufrir daños por la tormenta.

Rockefeller se puso enfermo. Había perdido 150$.

Y se puso tan enfermo que tuvo que irse a casa y meterse en la cama.

Esta historia tiene un punto cómico, si no fuera que, de vez en cuando, nos sucede a todos y nos destroza por dentro.

El miedo a perder. 150 malditos dólares.

Está bien perseguir el éxito, pero teniendo Vida en el camino. Y para eso tenemos que estar dispuestos a perder.

 

A veces será dinero. O tiempo. O morderte la lengua. O dar la razón a quien no la tiene. O todo junto.

Salir de ese universo oscuro y pequeño donde una discusión cotidiana,, un imprevisto… son el fin del mundo, y llevar nuestra mente a ese universo amplio y luminoso donde 150$ es una migaja comparado con la Vida que ganamos.

 

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