Dicen que de los errores ajenos no se puede aprender. 

No estoy de acuerdo.

 

Hay un tipo de personas de las que se aprende mucho, y estoy casi segura de que te los cruzas con frecuencia.

Esas personas que:

·Para pedirte un favor de manera disimulada, te dan mil vueltas.

·Para hacer algo que lleva 1 minuto, se tiran 2 horas haciendo pancartas de protesta y quejidos que te revientan los tímpanos.

·Para demostrar que trabajan mucho, hacen reuniones de 3 horas, sobre-complican las cosas, y enredan a todos con sus dramas.

Personas te complican la existencia y te restan vida.

¿Y sabes lo peor?

Que ellas no lo saben.

No tienen ni idea de que la gente les esquiva y huyen de ellos por los pasillos.

En su mente creen que están siendo ingeniosos. O inteligentes. O muy trabajadores.

 

Por eso, cada vez que observo a alguna de estas personas, después me observo a mí misma, no sea que algún día se me escape alguna chorrada de esas y no me dé cuenta.

Me observo sin piedad.

Por si se me escapa algún quejido infantil.

O por si entro a discutir con alguien sobre el olor de las nubes o el temperamento de las alcachofas.

 

Y no te voy a mentir, alguna bofetada me doy de vez en cuando.

Y duele.

Pero hace maravillas a la hora de enseñar a mi mente quién manda aquí.

 

Por eso, para aquellos que me preguntan qué pueden hacer con necios, cretinos y liantes, tengo una respuesta:

Aprender.

 

Aprender lo que NO hay que decir, si quieres que generar confianza, autoridad y respeto.

Lo que NO hay que hacer, si quieres ser un profesional valorado.

Lo que NO hay que enredar, si quieres tener relaciones en las que te sientas bien.

 

Solo con eso, ya te cambia la vida.

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